1993.- Un pozo de maravillosa hondura

Un pozo de maravillosa hondura



Un pozo de maravillosa hondura
Autor: Pedro Plana Panyart
Publicado en:
Diario 16 Burgos
Sábado, 30 octubre 1993
Págs.: 11 y 12.
Año: 1993.
Burgos.
21 de abril de 2010.

Sábado, 30 octubre 1993
          Diario 16 Burgos / 11

CULTURA

El espeleólogo del grupo Edelweiss, Pedro Plana, reconstruye las características e historia de la Cueva del Castillo, conocida popularmente como Cueva del Moro, que hoy visita un equipo encabezado por el concejal responsable, José Sagredo.

"Un pozo de maravillosa hondura"


La Cueva del Moro, "escuela" de espeleólogos, tiene un origen incierto y una historia plagada de leyendas y sucesos

PEDRO PLANA PANYART.
BURGOS.

     El día 13 de junio de 1813 finalizaban cinco años de ocupación, las tropas francesas abandonaban definitivamente la ciudad y el Castillo de Burgos dejaba de existir tras una pavorosa explosión. La esbelta fortaleza que había dado durante nueve siglos un singularísimo perfil a la ciudad, para nosotros ya inimaginable, quedaba desde aquella fecha reducida a un páramo yermo, recubierto de informes ruinas y pedregal.
     Para los burgaleses cuyo arcón vital cuenta con almacenamiento de luces e imágenes, nítidas o nebulosas, secuenciales o fugaces, guardadas a lo largo de diez lustros o más, el recuerdo de los trabajos que se han realizado en el Castillo es algo que forma parte de sus inquietudes y de la curiosidad que les ha movido, diferentes según cada tiempo y cada edad.
     Y se han removido las viejas piedras muchas veces, arriba y abajo, con diversas intenciones.


El general Centeno

     Sin duda alguna, la persona que más vehementemente dedicó sus ilusiones y energías a empresas relacionadas con el entomo del Castillo de Burgos, fue el general Leopoldo Centeno, que entre 1925 y 1947 invirtió vida y capital, propios y ajenos, en la ardua búsqueda del pretendido tesoro de Pedro I y del archivo del ejército de Napoleón.
     El, en las memorias que publicó en 1926 y 1927, calificaba sus trabajos de "excavaciones arqueológicas", aunque, visto el panorama que nos legó, más parece que estuviesen inspirados en las tácticas militares. Sus métodos fueron los que la técnica y la precariedad de la época le impusieron, mas, pese a ello, con la mecánica elemental del pico y la pala manuales, ejercida por unos pocos peones, realizó una zapa general en toda la superficie y profundidad del recinto y alrededores, que acabó de rematar a conciencia la labor destructiva que con similar enfoque táctico pero mayores medios logísticos habían iniciado los artificieros militares franceses en el aciago 1813.
     El pozo del Castillo fue uno de los escasos elementos arquitectónicos que se salvaron de la voladura. Por ello fue el lugar preferido por las investigaciones del buscador de tesoros, que comenzando su criba desde el fondo, fue ascendiendo a medida que iba colmatando todos los huecos que dejaba tras de sí, rellenándolos con la tierra y los sillares que arrancaban de las paredes sus trabajadores, en busca de cámaras ocultas. Posiblemente hubo posteriores excavadores clandestinos que agravaron aún más aquel estado de deterioro.      Aterroriza a cualquier arqueó1ogo pensar qué podría hacer un aventurero de hoy, imbuído del espíritu nefastarnente tildado de "arqueológico" de un Indiana Jones que el cine nos ofrece machaconamente como modelo, provisto de detectores de metales, máquinas excavadoras y una patente de corso universitaria que le abriera las puertas burocráticas.
     Se han hecho muchas conjeturas acerca de los orígenes de los subterráneos del Castillo. Hay que diferenciar claramente dos partes distintas: el Pozo. con sus husillos gemelos, conjunto claramente medieval, muy bien construido en sillería, y la galería horizontal de acceso, mal llamada Cueva del Moro (la desaparecida Cueva del Moro tuvo otro emplazamiento), excavada en roca caliza, con una longitud de unos 60 metros y cuyo motivo no está totalmente aclarado.

Un pozo, entre Juana e Isabel

     Muchos la atribuyen al general Centeno pero, si bien es cierto que sus hombres excavaron varias galerías en busca de la pretendida cámara del archivo, la que nos ocupa parece corresponder a un período muy anterior.
     Durante la Guerra de la Independencia, en el asedio que protagonizaron las tropas angloespañolas contra los sitiados franceses, la guerra de minas y contramimas tuvo una gran importancla, siendo responsable de la desaparición de la iglesia de San Román y de varios lienzos de muralla.
Pero ya antes, en 1476, sitiados en el Castillo 1os defensores de 1a causa de Juana la Beltraneja por los partidarios de los Reyes Católicos, trataron éstos de apoderarse del pozo para privar de agua a 1os ocupantes y para invadir la fortaleza, para lo que abrieron minas por seis lados. Así nos lo cuenta Oliver Copons en su libro de 1893, "El CastilIo de Burgos. Monografía histórica". No obstante, para prevenir aquel peligro, hicieron contraminas los sitiados, entablándose reñidísimos combates en las entrañas del
histórico cerro.
     La cueva se trataría, fundándonos en estas referencias, de un tramo de mina que podría datarse en cualquier época en la que se hayan registrado conflictos bélicos, sin que contemos de momento con más elementòs para fijarla en el tiempo, salvo una punta de bayoneta, de sección triangular equilátera, usual hasta casi mediados del S. XlX, que fue hallada clavada en la pared de una de las galerías por César Liz y Gabriel Rubio, hacia 1962. Dado que el último asedio que sufrió el Castillo fue el citado de 1813, lo menos aventurado es datar la cueva en esa fecha.


Las escaleras de caracol

     En 1960, año en que yo comencé mi andadura subterránea, iniciada, como por e1 90 por cien de 1os espeleólogos burgaleses, en esa cueva del Castillo, el pozo ya sólo l1egaba a ser penetrable hasta 1os siete u ocho metros de profundidad desde la superficie, y por el interior se podía acceder sólo hasta el fondo del segundo husillo o escalera de caracol, a unos 15 metros. Más abajo, la tierra quemada del general cubría de misterio aquel antro sepultado y propiciaba la leyenda.
     Años después, en 1983, entramos nuevamente y pudimos llegar a un nuevo pasadizo y un tercer husillo por el que se alcanzaban los 22 metros de profundidad. Un excavador anónimo nos había abierto, entretanto, la vía.
Sin duda, la vena del tesoro de Pedro el Cruel seguía y sigue latiendo en muchos burgaleses.
     El estado de ruina en que se hallaba aquella parte final, con lienzos de pared de sillería arrancados o desprendidos y otros a punto de desplomarse, y con escalones de los husillos desencajados a propósito, de modo que quedaba en el aire todo el eje de la escalera en un equilibrio irracional, nos impidió respirar con soltura mientras permanecimos en el interior.
     Desconocemos en abso1uto la veracidad que puede tener la leyenda por todos escuchada que atribuye a aquel pozo una profundidad de más de setenta metros, llegando al nivel de la Plaza Mayor, y que existan pasadizos que pueden comunicar con el palacio de Castrofuerte y aún con la Catedral. Una y otra afirmación ofrecen serias dudas, pero hay testimonios escritos que pueden dar pie a una aproximación bastante aceptable.
     Así, según cita Enrique Cock en su "Jornada de Tarazona, hecha por Felipe II en 1592", no hay que ver en la fortaleza "sino
un poço de maravillosa hondura donde se saca el agua con una rueda por estar la fortaleza tan alta que es cosa de ver el dicho
poço".

La aventura de los dos soldados

     Por otro lado, Isidro Gil relata en sus "Memorias Históricas de Burgos y su Provincia", de 1913, un hecho curioso ocurrido hacia el año 1852: "Dos soldados de la guarnición del fuerte lograron abrir con una llave falsa la puerta de un garitón o cobertizo que protegía entonces el aludido pozo. Pertrechados de medios para alumbrar sus pasos, descendieron valientemente una mañana por el husillo gemelo del misterioso pozo y dieron con sus huesos, después de bajar muchos escalones, en un arco de piedra que hallaron abierto en el muro y ofrecía a su vista una galería lateral abovedada, por la cual caminaron con aire resuelto explorando el terreno que al parecer descendía rápidamente".
     Según contiúa diciendo el relato, "la ausencia de aquel1os bravos aventureros no tardó en notarse. Las pesquisas practicadas para averiguar su paradero no dieron resultado. Al día siguiente se hicieron nuevas investigaciones. Alguno indicó entonces que se abriese 1a puerta del garitón que cubría el pozo y pronto se vino en conocimiento de la verdad al encontrar abierta la puerta y señales indudables del paso de los fugitivos por la escaleril1a de caracol, que aparecía en algunos puntos salpicada de gotas de sebo".
     Se acordó inmediatamente un registro bajando por la escalerilla misteriosa y "en cuanto fueron tomadas las disposiciones más necesarias, aparecieron repentinamente nuestros hombres en un estado lastimoso; destrozada la ropa, pálido el color, desmayados de espíritu y de fatiga corporal, extenuados por el hambre y temblando ante la responsabilidad que sus jefes pudieran exigirles".
     El general Centeno, en la segunda de sus memorias, describe también "un pozo de profundidad extraordinaria, con 335 escalones".

Un trébol bajo tierra

     Da detalles geométricos de su estructura, con una pormenorización correcta en todo salvo en dos afirmaciones: "Es de notar -dice- que todos los husillos tienen la bajada a mano contraria que el anterior y que todas las galerías forman ángulo recto con
la que le antecede. En proyección horizontal, las galerías, relacionadas con los pozos husillos, forman un cuadrado que se desarrolla en gran espiral, alrededor del pozo principal"
.
     En realidad, tras las topografías que el Grupo Edelweiss realizó en los años 1972 y 1983, se ve que los tramos de pasadizo horizontal que intercomunican los sucesivos husillos forman entre sí ángulos cercanos a los 60 grados sexagesimales, con lo que la planta global es de un trébol alrededor del pozo principal, y aparte de esto, el sentido de descenso de los tres primeros husillos, únicos actualmente accesibles, es dextrógiro, o sea, de izquierda a derecha, en todos ellos.
     Esta contraposición de nuestras observaciones no es realmente significativa, puesto que las afirmaciones de Leopoldo Centeno datan de su segunda campaña, cuando el empezaba a interesarse por los subterráneos del Castillo. Después ya no publica nada, o nada impreso llega a nosotros, salvo algunas noticias de periódico y múltiples anécdotas transmitidas por quienes le conocieron. En aquella citada memoria, habla también de "una puerta de hierro, herméticamente cerrada", tras el último peldaño. "¿A dónde conduce?, ¿qué hay detrás de ella? Este es el enigma, lo extraordinariamente sugestivo, lo que me obliga a proseguir estos trabajos imponiéndome sacrificios de todas clases, que desde luego hago gustoso en bien de la Historia", afirma.

Nuevas excavaciones

     HOY, el concejal responsable del Castillo, José Sagredo, se ha puesto al frente de una expedición, enarbolando una antorcha de sebo, dispuesto a rasgar la oscuridad del misterio del general Centeno. Y yo voy con él, aunque sólo sea de corazón. porque la empresa lo merece. Porque también a mí me picó la sugestión de aquella húmeda profundidad, cuando tenía diecisiete años, cuando tuve 28, a los 39 y aún ahora que ando ya tras el medio siglo. Y sobre todo voy con él porque quisiera que las cosas fuesen diferentes ya, de una vez. Porque los tiempos han cambiado, pero quizá no tanto, desde que las piedras monumentales arruinadas perdieron toda importancia para los políticos y los profesionales que tienen posibilidad de hacer algo. Y porque quisiera decirle que no pierda la euforia, pero que no se tome las cosas con prisa, que las averiguaciones en la Cueva del Castillo han de ir precedidas de entibaciones y consolidaciones desde arriba y hacia abajo, a la medida de una lenta extracción de las tierras por el pozo principal; que el pozo del Castillo es lo único que queda de monumental, posiblemente entero aunque muy mal tocado, de la más antigua fortaleza que ya no tenemos, y que como tal, deberá procederse a una estudiada reconstrucción con técnicas y materiales adecuados, naturalmente más caros que una burda inyección de hormigón. Y finalmente, que habrá que cubrir y cerrar los accesos y asignar a un guarda el cuidado permanente de eso que, de otro modo, sólo será una trampa mortal para chavales, soldadesca, buscadores de tesoros, espeleólogos, arqueólogos, munícipes y bomberos.
     Ojalá que los episodios que estamos presenciando en torno al Castillo y su cueva no sean sólo un nuevo mareamiento de los supervivientes hitos materiales de nuestra historia, sino que se les dé la necesaria continuidad a unos trabajos que, esperemos, respondan a un plan racionalmente estudiado, hasta conseguir que los restos queden definitivamenle a salvo.
     Parece que se trata de una fase tomada en serio y que estas excavaciones se llevan a cabo con criterios arqueológicos, lo cual no
siempre se ha podido decir. Pero están por ver las intenciones que mueven todo el asunto, pues no parece existir ningún proyecto global preestablecido. Si esta duda se disipa por esta vez, no peligrará nuestro patrimonio.



     Diecisiete años más tarde, lamento decir que mi duda no se disipó. Los restos de las diferentes fases de la edificación del Castillo vuelven a estar enterradas pero, ahora, bajo el hormigón de una reconstrucción que sólo ha pretendido dotar a la ciudad de un aliciente turístico, carente de autenticidad.
     Por fortuna, en lo que se refiere al pozo, se hizo un buen trabajo de excavación, de consolidación y puesta en servicio, para que sea actualmente visitable. Quede patente mi reconocimiento a los responsables, en lo concerniente a estos trabajos.
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